La Gran Hazaña de los Terranos
Un soldado llegó al salón y habló sólo con el Rey Marodor. Después que el soldado se retiró, el Rey se excusó y pidió a Sordam y Gerador que le acompañen. En la entrada de Palacio estaba un terrano acompañado de una gran gárgola.
“Mi Rey, he venido por encargo del Rey Coreodamor de las Gárgolas” dijo el terrano. “Me envía con malas noticias. Gadeth se acerca, no hay mucho tiempo.”
“Acompáñame, Druga, al interior de Palacio. Discutiremos esto allí. Puedes dejar a la gárgola acá afuera” dijo el Rey.
La gárgola acercó su rostro al Rey. El tamaño de la gárgola era de tres veces el tamaño del rey. “Yo soy el enviado del Rey Coreodamor. Me ha enviado con una oferta para usted y su reino. Creo que debe escucharla” dijo la gárgola.
El Rey ordenó que se retiraran todos, a excepción de Druga y Gerador. “Dime, mensajero. ¿Cuál es el mensaje de tu rey?”
“Gadeth es el día que los terranos han de realizar su más grande sacrificio. Nuestro Rey ha visto que tienen diez días antes que esto ocurra y ha decidido que seremos nosotros, las gárgolas, quienes les ayuden” contó la gárgola. “Para esto, deben realizar una ofrenda a nuestro rey digna de ustedes. Si nuestro rey considera su oferta digna de él, nosotros ayudaremos a los terranos con nuestra vida en batalla.”
Marodor se retiró. “¿Ofrenda? ¿A qué se refiere Coreodamor con una ofrenda digna de él? No tenemos el tiempo para perder en eso ahora que sabemos que sólo quedan diez días para el Gadeth” dijo.
“Señor,” interrumpió Druga, “la profecía dice sobre un extranjero que tendrá la respuesta para ayudarnos a superar el Gadeth. ¿Cuánto tiempo lleva este romano con usted?”
Marodor miró a Gerador. “Espérame en el Gran Salón. Tengo un importante favor que hacerte, pero no es la hora.” Gerador se retiró y fue al Gran Salón, allí espero que llegara el Rey.
Cuando llegó el rey, lo hizo acompañado de dos clérigos que portaban una espada en una bandeja plateada. “Gerador, muchacho. ¿Recuerdas aquella profecía que mencionó mi gran amigo Sordam? Sobre el extranjero que nos traería la respuesta para el Gadeth.”
Gerador asintió. Había leído sobre ello en el Libro de Édez anteriormente. Se cree que un extranjero traería una respuesta que ayudaría a los terranos a superar esta gran prueba. “Mi Rey, no creo ser yo quien tiene la respuesta que usted espera. Yo llegué hace mucho tiempo y sólo soy un trovador. No sé sobre guerras ni ejércitos.”
“Gerador, la profecía se refiere a aquel que llegó como extranjero y vive como uno de nosotros. Cuando llegaste y solicitaste vivir con nosotros, pensé que podrías ser aquel de la profecía y ordené retirar a Rapier del Salón. No quería que tomaras la espada antes de estar preparado” contó el Rey Marodor. El clérigo que sostenía la bandeja con la espada dio un paso adelante. “Toma a Rapier, muchacho. Quizás cuando la tengas en tu mano tengas la respuesta que necesitamos.”
Gerador se acercó a la espada, temía tomarla. Así como estaba destinado que aquel que sostuviese la Rapier tendría la respuesta que los terranos buscan, también lo estaba el hecho que si quien tomaba la espada no era la persona con la respuesta, su cuerpo ardería en llamas. Una vez acercó su mano a la espada, sintió un calor en su mano. Este calor no dolía, sino que lo llamaba a tomar la espada.
El joven romano sostenía la espada en alto. Su cuerpo estaba en llamas, pero él no se quemaba ni lo hacían sus ropas. “Todo este tiempo junto a ustedes he aprendido que no hay tesoro más grande para un reino que su propia historia y los héroes que han ayudado a formarla” dijo, y soltó la espada, que quedó clavada en el suelo.
“Esa es la respuesta que nos trae el extranjero convertido en hermano” dijo el rey. “Si Halo estuviera aquí podría interpretar esa respuesta.” Gerador estaba cansado, sostener a Rapier requirió de casi toda su fuerza. “Muchas gracias, muchacho. Ahora debes descansar.”
“La sangre de los héroes que construyeron este pueblo es el mayor tesoro para un rey, también lo he aprendido” se escuchó que decían desde la puerta del salón, mientras se abrían. “Debes ordenar evacuar la ciudad y reunir a aquellos que están destinados a estar aquí para cumplir con el Gadeth, hermano. No tenemos mucho tiempo.”
Marodor miró al terrano que venía entrando al salón. “Hermano, has regresado. ¿Conocías la respuesta? ¿Por qué te fuiste si sabías lo que había que hacer?”
“No sabía la respuesta, la aprendí luego de viajar por todas las ciudades terranas. Existe mucho valor en nuestra gente, ellos son nuestro tesoro. Ya sé que debemos hacer, es hora de reunir a tus mensajeros más veloces.”
El Rey estaba esperando la reunión de sus mensajeros, cuando la gárgola que había llegado junto a Druga se le acercó nuevamente. “Si deseas mandar a buscar por algo, mis hermanos y yo podemos ayudarte. Así lo ha ordenado mi rey.”
Con esto dicho, Marodor entregó varias cartas a la gárgola. “Son muchos hermanos que deben venir ese día. Ellos lo entenderán. Hay que entregarles estas cartas para que sepan de qué trata. Por favor, hacedles llegar estos mensajes.”
“Mis hermanos y yo nos encargaremos de estas cartas y de traer a aquellos que mandan a buscar” dijo la gárgola. Después se fue corriendo por el túnel por donde llegó. Era increíble que un ser de su peso pudiese correr tan rápido.
“Debes comenzar la evacuación, hermano” dijo Halo. El rey dio la orden a Fancis de evacuar Galeón. Fancis solicitó autorización para quedarse junto al Rey. “Vamos, sabes lo que debes hacer ahora.”
Gerador acompañó al rey en todo momento. Le siguió por los pasillos de Palacio y estuvo con él cuando mandó a buscar a su hijo y esposa. “Muchacho, siempre pensé que un día le entregaría el trono a mi hermano. Ahora las circunstancias son diferentes.”
El hijo del rey se llama Idios. Estaba destinado a ser rey algún día, pero nunca lo esperó en tan especial ocasión. El rey le entregó la espada Herian a Idios y le dio su bendición. “Debes ir con nuestro pueblo, hijo mío. Serás un gran rey algún día. Por ahora, escucha a tu madre.”
La evacuación de Galeón tomó cuatro días. Poco antes que estuviese terminada, Fancis se acercó al rey. “Sólo queda el último grupo en abandonar la ciudad. ¿El trovador vendrá con nosotros?”
Gerador se acercó al rey. “Su Majestad, quisiera quedarme más tiempo con ustedes. Si fuera posible, me gustaría presenciar el Gadeth. Usted dijo que podía aprender todas las historias y leyendas terranas, creo que lo que va a ocurrir es la más grande historia que un trovador podría presenciar.”
Halo sonrió. “El extranjero que se convierte en hermano. Si me permites la palabra, hermano, me gustaría que el joven se quede con nosotros tanto como pueda. Es cierto, necesitaremos un testigo para contar esta historia.”
“Pienso lo mismo, hermano” dijo el rey. “Pero si este joven se queda con nosotros, debe hacerlo como uno de nosotros. Vamos al Gran Salón.” El rey caminó junto a Halo, Fancis y Gerador. Cuando llegaron a la entrada del salón, Sordam los estaba esperando.
“No pensaban que me iría sin combatir, ¿cierto? Esta última batalla de nuestro rey no puede realizarse sin su mano derecha en el combate” dijo Sordam. El rey le saludo con gusto e ingresaron al salón.
La Rapier estaba clavada en el suelo, donde la había dejado antes Gerador. “Levántala nuevamente, joven” dijo el rey. “Por derecho y destino, esta espada ahora es tuya.” Gerador tomó la espada, volvió a sentir el calor de la empuñadura en su cuerpo. “Desde ahora serás reconocido como uno de nosotros. Así como serás llamado como uno de nosotros. Yo te bautizo como el primer romano que cantará las canciones de nuestros héroes, Priadan Herosong.”
El rey de los terranos era el único con el poder para cambiarle el nombre a uno de los suyos, para que este fuera recordado en el Libro de Édez como un gran héroe. Son contadas las ocasiones que un extranjero recibió tal honor, Gerador era el tercero. “Su Majestad, desde ahora viviré con el nombre que usted me ha dado. Cumpliré con el destino que me he propuesto, contaré las historias de los valerosos terranos como Priadan Herosong.”
El octavo día llegaron las gárgolas mensajeras. Con ellas venían los líderes de los reinos terranos de todo el mundo. “Fueron ocho a quienes necesitaban y ocho los que vienen con nosotros. Nuestra misión está cumplida.”
Gerador, ahora reconocido por el nombre de Priadan, observó a los terranos que llegaban. Llegó primero Seodor Armeel, líder de los Terranos de Magma, que reconoció la espada en el cinto del trovador. Después llegaron Riedo Arksad de los Terranos del Desierto junto a Fantad Karim de los Terranos de la Nieve. Los últimos en llegar fueron los líderes de los Terranos de la Roca, Leodar Vetos desde Deopura, Neoset Deance desde Yeopura, Isad Handue desde Esdepura, Razer Emtion desde Cúpura y Exis Risok desde Silpura.
“Hermanos, estamos reunidos aquí porque el destino así lo ha querido. El Gadeth llegará y es nuestro deber enfrentarnos a lo que sea que llegará ese día. Si alguno desea retirarse, que lo haga en este momento” dijo el rey.
“Señor,” dijo Riedo, “si alguno de nosotros no quisiera estar para el Gadeth, no habríamos venido. Nosotros vinimos a entregarle nuestra vida de ser necesario. No por el honor, no por la gloria, sino por todo lo que defendemos al hacerle frente a lo que sea que aparezca por esos túneles.” Los otros terranos asintieron.
“Muchas gracias, mis hermanos” agradeció el Rey.
En una parte de la ciudad a la que nadie se acercaba, dos terranos entraban en lo que parecía ser una cárcel. “El rey Coreodamor envió esto para ti. Dijo que tus hijos lo necesitarían si van a estar en el Gadeth” dijo Druga, uno de los terranos.
“Rais y Drei han esperado por una cura toda su vida en este lugar. Será un honor dar una última pelea junto a ellos” respondió Mikeal, el segundo de los terranos.
Dentro, dos terranos separados en prisiones distintas se sorprendieron al ver a los visitantes. “¡Padre!” dijo uno de ellos, levantándose. “¿A qué se debe tu visita?”
“Hijos, el rey de las gárgolas envía un regalo para ustedes. Se acerca el momento más importante en la historia de los terranos, ninguno de mis hijos quedará fuera de esto. Beban esto,” dijo Mikeal, entregándole una pequeña botella a cada uno, “y caminen conmigo hacia la primera batalla que daremos juntos.”
Con su hacha, Druga rompió los cerrojos que mantenían a los terranos prisioneros. Al salir, Mikeal le entregó un hacha a cada uno. “Estas pertenecían a mi hermano y a mí, ahora son de ustedes.”
Después de salir libres, los terranos caminaron hacia Palacio para reunirse con los otros. El rey los recibió agradecido. “Dieciséis hermanos terranos, junto a un hermano romano. Somos los elegidos para enfrentar la gran prueba para nuestra raza, el Gadeth” dijo el Rey. “El rey de las gárgolas debería llegar mañana, esta noche celebraremos como hermanos.”
Cumpliendo el deseo del rey, los terranos celebraron mientras escuchaban las historias de Priadan Herosong. “Cuéntanos sobre los lugares de arriba. Relátanos sobre aquellos lugares que visitaste antes de llegar con nosotros” dijo Halo.
Hasta que llegó el último día antes del Gadeth.
Los terranos se formaron frente a un gran túnel donde se anunció que llegaría Coreodamor. Sintieron un gran temblor que hizo caer los edificios de la ciudad. Todo había quedado en ruinas, incluso Palacio había caído.
Coreodamor se levantó desde la tierra frente a los terranos. “Mi nombre es Coreodamor, Rey de las Gárgolas. Nombrado de esta forma por la gran diosa Ennovi del Manto Dorado. He venido frente a ti, Marodor Valadar, Rey de los Terranos, porque me han dicho que vas a cumplir con lo que he solicitado a cambio de mi ayuda.”
El Rey dio un paso al frente. “Nuestro pueblo tiene muchos tesoros que son deseados en todas las naciones, pero frente a usted tiene nuestra historia. Frente a usted tiene la sangre y el valor de la historia de los terranos. Somos los líderes y los elegidos para quedarse. Gadeth se acerca y es nuestra decisión enfrentarla.”
Coreodamor, cuyo tamaño era más alto que la cueva donde estaba la ciudad, ya que sólo salió de la tierra su cuerpo hasta la cintura, miró a los terranos formados. Ninguno bajó la mirada o pestañeó. “¿Ofreces tu historia y tus héroes? Rey Marodor Valadar, acepto su ofrenda” dijo. “Levántense, hijos míos.”
Priadan estaba detrás de todos los terranos, observando lo que ocurría. Las rocas en las que se habían convertido las paredes de los edificios caídos se levantaban convertidas en gárgolas. Durante todo el día se levantaron, formando el ejército más grande que alguna vez hubiera visto el joven trovador.
Se formaron detrás de los terranos. “Ustedes no combatirán solos, pelearemos junto a ustedes hasta que no quede ninguno de nosotros” dijo Coreodamor. El rey desapareció en la tierra y se levantó nuevamente al otro extremo de la ciudad. La tierra donde estaba Priadan se levantó, convirtiéndose en la mano de Coreodamor. “Acompáñame acá, joven romano. Serás un observador del Gadeth, es lo que me ha enseñado nuestra Diosa Madre. Cuando llegue el momento, serás llevado a superficie a salvo.”
Priadan observó a los terranos al frente del ejército. “¿Usted también combatirá este día?” preguntó. Coreodamor no respondió.
La tierra comenzó a temblar, se escuchaban rugidos que venían desde los túneles. Los terranos tomaron sus armas, preparados para lo que apareciese desde la tierra. Las gárgolas también se prepararon a entregar sus vidas de ser necesario.
Oleada tras oleada, los terranos se enfrentaron con todas sus fuerzas sin descansar. Las gárgolas también combatían usando sus garras. Los demonios eran incontables, y cada oleada parecía ser más grande. La batalla parecía interminable. “Esto es sólo el comienzo del Gadeth, trovador” dijo Coreodamor a Priadan. “Lo más peligroso será cuando despierte el nido de estas criaturas.”
“¿Despertar el nido de las criaturas? ¿Qué quiere decir con eso, su Majestad?” preguntó Priadan, siempre de pie en la mano del rey de las gárgolas. “Ellos necesitarán más ayuda que esta.”
“No desesperes, joven. Observa todo lo que está pasando. Tú deber con los terranos es observar y relatar lo que ocurrirá a todos los pueblos, para que no olviden el valor que estos guerreros están mostrando” contestó Coreodamor.
Habían sido horas de combate y el número de gárgolas había disminuido. Los demonios habían detenido sus invasiones y los terranos se reunieron para contar sus bajas. “Hemos perdido a tres grandes guerreros esta tarde. Debemos seguir combatiendo para honrar sus vidas” dijo Seodor.
Sin poder descansar más, de los túneles salieron cientos de criaturas que comenzaron a rodear a los terranos. Combatieron nuevamente sin dudarlo, pero la fuerza de estos nuevos demonios era mayor. Las bajas de los terranos aumentaron, en el centro del campo de batalla sólo estaban seis de los combatientes.
“Ahora es tiempo de levantar un nuevo ejército para ayudar a tus hermanos” dijo Coreodamor a Priadan. Desde el techo de la cueva donde estaban combatiendo comenzaron a caer grandes rocas sobre los demonios, que luego se levantaban como granges gárgolas. “No queda mucho para que llegue la raíz de estos males, joven.”
La tierra tembló, sonaban grandes pisadas por el túnel que se acercaban. “Ya está aquí” dijo Coreodamor. Un gran rugido hizo que todos en el campo de batalla se detuvieran por un segundo. La criatura que apareció representaba el nido de todos los demonios contra los que se enfrentaban los terranos y las gárgolas.
Tres brazos salían de su cuerpo, al igual que múltiples tentáculos que golpeaban a todos aquellos que se le acercaban. El rostro tenía cuatro ojos rojos que miraban fijamente a los terranos. Avanzó en dirección a los guerreros, atacando todo lo que estuviera en su camino.
Exis fue el primero en atacarle. De un gran impulso dio un salto, con su arma en alto, para atacar al demonio. Pero el demonio le atacó con sus tentáculos, deteniéndolo. De igual forma fueron detenidos los dos siguientes atacantes.
Quedando sólo tres terranos con vida en el campo de batalla, Coreodamor tomó a Priadan y le encerró entre sus manos. “Ahora debes irte, romano. Canta sobre el triunfo de esta tarde. Canta sobre los terranos que ofrecieron su historia y sobre las gárgolas que les ayudaron.” Cuando Priadan sintió que la tierra sobre él se abría, se sintió cegado por la luz de Sol.
Sólo quedaban el Rey Marodor, su hermano Halo y Sordam vivos en el centro del campo de batalla, defendiéndose de los tentáculos del demonio. Coreodamor avanzó hacia ellos para unirse al combate. “Detenedle las manos, terranos!” dijo.
Con sus armas, los terranos atraparon los brazos del demonio. Cuando Coreodamor estuvo frente a él, se defendió con sus tentáculos, pero el rey de las gárgolas lo detuvo con sus propias manos. “Los terranos dieron su vida para defender el mundo de una criatura como tú. Yo no puedo hacer otra cosa sino lo mismo.”
Priadan, sobre la superficie, lograba recuperar su vista. Habían sido tres años viviendo en Galeón y sus ojos habían olvidado cómo era la luz del día. Pensaba que habría ocurrido en la ciudad.
Un terremoto le hizo caerse. Venía acompañado de un gran estruendo. Priadan observó que no muy lejos una gran montaña se venía abajo, como si se hundiera. Supo así que los guerreros habían dado su vida para detener al demonio. Dos días lloró la pérdida de los que consideraba su hermano.
El tercer día despertó luego de escuchar una voz que lo llamaba. “Despierta, joven romano. Recuerda lo que se te encomendó.” Al abrir sus ojos y levantar la mirada, notó una gran gárgola que estaba parada junto a él. “No permitas que la memoria de los nobles terranos sea olvidada.”
Priadan se levantó. “¿Quién eres tú?” preguntó. “¿Ha sobrevivido vuestro rey a la batalla?”
La gárgola se arrodilló para quedar a la misma altura que Priadan. “Nuestro rey ha dado su vida en la batalla. Ahora descansa junto a tus hermanos. El demonio fue detenido, pero llegará el momento en que será necesario otro grupo de valientes para detener una amenaza más poderosa todavía” respondió. “Antes de partir, fui nombrado el nuevo Rey de las Gárgolas. Mi nombre es Brodimon. He estado buscándote durante estos días, te llevaré a la ciudad más cercana para que puedas descansar.”
Priadan viajó junto a Brodimon hasta llegar a las orillas de un pueblo cercano. Luego se despidieron. “¿Qué harán las gárgolas ahora?” preguntó.
“Nosotros seguiremos bailando a nuestra Diosa Madre, hasta que sea requerida nuestra presencia nuevamente. Así como los terranos te reconocen por tu nombre, también lo harán las gárgolas. Hasta pronto, joven trovador. Cumple con el destino que los dioses han escrito para ti, que algún día descubrirás cuán grande es.” Brodimon hizo crecer en su espalda dos grandes alas y se retiró volando.
Priadan descansó esa noche en el pueblo, para después continuar su viaje hacia el reino de Alhara, no sin antes contar la gran hazaña de los terranos en la plaza. Así, nunca se olvidó de sus hermanos terranos y de las valerosas gárgolas, que dieron su vida ese día. Tampoco lo olvidaron aquellos que le escucharon.
Su destino le tenía preparada muchas más aventuras a Priadan, pero eso es otra historia...